Emilio Rodrigué – uno de los psicoanalistas más lúcidos que he conocido. Psicoanalista hasta la medula. Ha dicho que él es psicoanalista, cuando atiende, cuando corre y cuando hace el amor en los moteles. En todos lados. Pero además de ese atributo singular – ha realizado como participante todos los laboratorios posibles en su vida. Siempre buscando. Siempre buceando. De todos nosotros es el que mas se radicalizó. No políticamente. Pero sí existencialmente. Yo viví con él la legendaria y mítica “Casona”, y después nos mudamos a Libertador y Oro. Lo conozco muy bien. Es impredecible. Creador – innovador. Rebelde.
En el 74 cuando vivíamos juntos, se fue con Marta Berlín a Bahía – y no volvió más. Bahía es su país. Su lugar de estar en el mundo. Comparte con migo dos grandes pasiones: las mujeres y el fanatismo por Independiente. Mi hermano mayor. Mi ejemplo. El gran Emilio. Siempre de novio y escribiendo. Nos empujas un poco a todos, con tu eterna juventud. Con tu eterna e incansable creación. Gracias por todo hermano mayor. Gracias...”
Tal como Emilio, Heráclito fue río de sí mismo. Ambos me evocan un amigo poeta y comunista, para mí un hermano, Oscar Sturzenegger. Había optado por vivir la Patagonia , Emilio lo hizo por Bahía y el mundo: “A dos horas de Paris, en la casa de campo de la hija de mi novia”, fecha su último mail. Oscar –murió hace un tiempo- escribía sólo los primeros versos de sus poemas patafísicos, el resto lo dejaba a sus lectores. Va uno: “No me digas Heráclito que ignoras, / el conocido pétalo del ojo.” Del griego, les viene el río del saber esencial que piensa los propios pensamientos. Música generativa apuntando a futuro. Al poeta lo hubieran alegrado pasajes de este libro. Se enojaría con otros. Rodrigué prevé este efecto en sus lectores. Disfruto sus textos, ocasionalmente en disidencia, y aun así los disfruto. Él es un buen terapeuta del sí mismo, se autogenera en la escritura.